Y así, el caballero -que apenas merecía ese titulo- se dirigió a los jardines a cortar aquella hermosa flor a la doncella misteriosa de vestido carmesí, cuyos pétalos aterciopelados, decorosamente colocados en la corona como si fuera a propósito, se desplazaban del centro dando terminación al tallo verde y frágil, y se abrían al viento, dejando se ver su contraste de colores rojizos como la sangre, y encorvados hacia afuera, se dejaba ver en todo su esplendor cada una de sus alas rojas, danzando con la brisa de aquel extraño otoño, desprendiendo un perfume inolvidable y exótico.
Anhelados los ángeles por aquella hermosa demostración de la naturaleza, pusieron en aquella preciosa hija de la tierra, una capa cristalina que, aunque apenas se reconocía, era impenetrable.
Pero aquel hombre, de facciones perfectas pero alma deformada, logro con su lujuria y desesperación, romper aquel escudo divino, penetrando en el jardín, donde la cuna de la planta yacía en su esplendor. Los ángeles agonizaban ante la envidia del avaro, y con lágrimas en sus mejillas cobrizas lograron hechizar la hermosa criatura, haciendo que espinas de hierro se incrustaran en su tallo ahora macizo, matando a cualquier impuro que osara tocarla.
"Ni la misteriosa doncella es merecedora de su belleza" - Susurraban los ángeles, traviesos y curiosos. Sabían de la bajeza de su humanidad, hombres dominados por la ambición carnal, capaces de matar cualquier ser a su paso. Así que aquel caballero, quien con su corcel del color del alba cruzo los jardines encantados, se agacho ante la magnificencia de aquella flor y con su furia temeraria acecho a la criatura con su mano forjada e intentó arrancarla de su lecho. Pero cuando presiono su piel contra el tallo fortalecido, las espinas ingresaron a la carne como dagas envenenadas, dejando correr aquella sangre ensuciada de malas intenciones, haciendo juego con los pétalos aterciopelados.
El alarido de aquel hombre fue potente, y su furia se incremento. Sintió impotencia, y ya no quería a la flor, sino que ahora ansiaba exterminarla.
Se puso de pie, y con el tinte rojizo en su mano temblorosa, intento patear a la planta. Pero aquel tallo ya no era frágil, y las raíces se enredaron con las de todas las plantas del lugar. Los pétalos, aunque delicados, se mantenían firmes en aquella corona dura como el metal, pero llena de vitalidad. Aquella alma deformada nunca pudo arrancar la flor, ni siquiera matarla con su sangre envenenada. Manchó a su corcel con su propio liquido vital, y partía furioso y maldiciendo, pensando que aquella doncella hipócrita y desvalorizada no merecía tal sufrimiento. Mientras tanto los ángeles bailaban en su reino, admirando a la preciosa flor que como un regalo de la tierra, permanecida vital y sin un rasguño.
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Una belleza!
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